Sacando el seguro de la pistola
XOSÉ MANUEL PEREIRO
XOSÉ MANUEL PEREIRO
El País (Galicia), 11/02/2010
Cristo Obreiro.SeoaneEs curioso que entre lo que últimamente ha tenido más repercusión mediática, fuera del monotema de las cajas que va adquiriendo tintes estrafalarios, esté la visión de Adolfo Domínguez sobre la normativa laboral, mientras ha pasado desapercibido el fenómeno de la presentación simultánea del libro 55 mentiras sobre o galego promovida por Prolingua en 70 localidades de una docena de países en tres continentes. La paradoja podría inducir a elaborar teorías conspiratorias, o a reflexionar sobre la distancia entre lo que se publica y lo que ocurre (y sus posibles daños colaterales en credibilidad y audiencia), pero hay, además, otra explicación más sencilla: las declaraciones de Adolfo Domínguez refuerzan un tópico, mientras que la multipresentación de Prolingua lo desmiente, y ya se sabe que costa abaixo, todos os santos axudan.
La proclama de Adolfo Domínguez a favor de la desprotección laboral y social puede ser un tanto irritante en el contexto que se produce, en una crisis financiera provocada por las aventuras del capital desregulado, en un país que tiene estándares de amparo social más bajos que la media Europa civilizada y por el hecho de que la exprese un destacado receptor de ayudas públicas, de un sector sustancialmente mimado. Pero no dejan de ser unas opiniones -las parientes pobres de las ideas, como estableció mi pensador neocon de cabecera, P.J. O'Rourke- tan legítimas como cualquier otras y tan lógicas desde el punto de vista empresarial como las que podrían tener los leones sobre la conveniencia de que las gacelas careciesen de patas. Como tópico, el pensamiento de que los trabajadores no la rascan sigue teniendo una vida saludable.
Un hecho, la materia que teórica y tradicionalmente constituía las noticias, es que un grupo de personas relacionadas con la cultura, creadores, empresarios y consumidores, sin más ayuda que el correo electrónico y sus ganas, ha logrado producir un fenómeno similar, al menos en extensión, a la presentación del último Harry Potter, pero sin inversión promocional alguna. Que haya tenido un eco mínimo obedece, si desechamos las teorías conspirativas, a que va a contracorriente de otro tópico: la cultura gallega sólo existe en el caldo de cultivo de las subvenciones. Al igual que la frase de la obra teatral nazi Schlageter (creo que debería cambiar de lecturas, Wikipedia incluida) que se le atribuye a Hermann Göring, "cada vez que oigo la palabra cultura saco el seguro de la Browning", aquí la gente de orden cada vez que la oye siente el impulso de sacar la chequera. Una reacción que no deja de ser curiosa en un país en el que se ve con naturalidad que se subvencione desde el fútbol hasta la energía eléctrica y en el que te dan el equivalente a dos sueldos por comprar un coche.
Si esa gente tuviese el vicio de leer, y si el informe del Consello da Cultura y la Zona Franca de Vigo sobre nuestra industria cultural no hubiese sufrido otra operación de ninguneo, podría confrontar el tópico con la realidad y ver lo poco que queda después. La industria cultural en Galicia aporta el 1,9% del PIB, más que el sector pesquero, el textil, y casi tanto como el metalúrgico. 26.000 puestos de trabajo en 2008, tantos como en la banca o en el textil, pero en este caso, creciendo (un 11,6% en dos años). Según el Instituto Galego de Estatística, cada gallego invierte al año (en 2009) 619 euros en ocio y cultura, mientras la media en España es de 819 euros. Una cuarta parte menos, es cierto. Exactamente la misma proporción en la que nuestros sueldos son inferiores a la media.
Pero se gasta en los productos de fuera, dirán los tentados a sacar algo. No sólo, ni principalmente. La tirada media de un libro en España es de 2.960 ejemplares por título. Aquí, con menos de la centésima parte de hablantes y potenciales lectores, con unos grupos mediáticos con un más bien escaso interés (ni siquiera en el del negocio) en la edición, es de 1.398 ejemplares. Y, con la enseñanza del idioma propio y su prestigio social en discusión, acomplejados y ensimismados en suma, en gallego más de la mitad de los títulos. Según Agadic, entre los que asisten más de seis veces al año al teatro, el 56% prefiere obras en gallego, y los que van menos, algo más en castellano (en 2009, el porcentaje en castellano subió considerablemente, quizá por lo del complejo).
Es que los que están subvencionados son los creadores, argumentarán los que se están pensando pasar de la chequera a la pistola. La paloma de Sargadelos con la que tradicionalmente se recompensan las conferencias en institutos queda todavía más blanca en comparación con el contexto europeo. En el Reino Unido, el Arts and Humanities Research Council (estatal) ofrece fellowships de dos o tres años a creadores, con sueldos de 2.500 a 4.000 euros. También los ofrecen desde las universidades hasta centros culturales, ayuntamientos, cárceles y aeropuertos (¿no interesaría aquí a la Cidade da Cultura tener un performer residente?). También algunas ciudades alemanas acogen escritores como Stadtschreiber, con alojamiento y sueldo. Y lo de Francia le pone los dientes largos a cualquiera que haya redactado algo más que un aviso de la comunidad de vecinos. Instituciones estatales, departamentales y locales, empresas y fundaciones ofrecen ayudas a los creadores, a los traductores, a los editores, a los libreros, a los libreros en el extranjero. Incluso hay ayudas à la vie littéraire (que no promocionan el consumo de absenta y el uso de fulares, sino las actividades de los fans de la escritura). Pero no se puede luchar contra los tópicos. Salvo que Domínguez decida ahondar en su faceta de escritor.
La proclama de Adolfo Domínguez a favor de la desprotección laboral y social puede ser un tanto irritante en el contexto que se produce, en una crisis financiera provocada por las aventuras del capital desregulado, en un país que tiene estándares de amparo social más bajos que la media Europa civilizada y por el hecho de que la exprese un destacado receptor de ayudas públicas, de un sector sustancialmente mimado. Pero no dejan de ser unas opiniones -las parientes pobres de las ideas, como estableció mi pensador neocon de cabecera, P.J. O'Rourke- tan legítimas como cualquier otras y tan lógicas desde el punto de vista empresarial como las que podrían tener los leones sobre la conveniencia de que las gacelas careciesen de patas. Como tópico, el pensamiento de que los trabajadores no la rascan sigue teniendo una vida saludable.
Un hecho, la materia que teórica y tradicionalmente constituía las noticias, es que un grupo de personas relacionadas con la cultura, creadores, empresarios y consumidores, sin más ayuda que el correo electrónico y sus ganas, ha logrado producir un fenómeno similar, al menos en extensión, a la presentación del último Harry Potter, pero sin inversión promocional alguna. Que haya tenido un eco mínimo obedece, si desechamos las teorías conspirativas, a que va a contracorriente de otro tópico: la cultura gallega sólo existe en el caldo de cultivo de las subvenciones. Al igual que la frase de la obra teatral nazi Schlageter (creo que debería cambiar de lecturas, Wikipedia incluida) que se le atribuye a Hermann Göring, "cada vez que oigo la palabra cultura saco el seguro de la Browning", aquí la gente de orden cada vez que la oye siente el impulso de sacar la chequera. Una reacción que no deja de ser curiosa en un país en el que se ve con naturalidad que se subvencione desde el fútbol hasta la energía eléctrica y en el que te dan el equivalente a dos sueldos por comprar un coche.
Si esa gente tuviese el vicio de leer, y si el informe del Consello da Cultura y la Zona Franca de Vigo sobre nuestra industria cultural no hubiese sufrido otra operación de ninguneo, podría confrontar el tópico con la realidad y ver lo poco que queda después. La industria cultural en Galicia aporta el 1,9% del PIB, más que el sector pesquero, el textil, y casi tanto como el metalúrgico. 26.000 puestos de trabajo en 2008, tantos como en la banca o en el textil, pero en este caso, creciendo (un 11,6% en dos años). Según el Instituto Galego de Estatística, cada gallego invierte al año (en 2009) 619 euros en ocio y cultura, mientras la media en España es de 819 euros. Una cuarta parte menos, es cierto. Exactamente la misma proporción en la que nuestros sueldos son inferiores a la media.
Pero se gasta en los productos de fuera, dirán los tentados a sacar algo. No sólo, ni principalmente. La tirada media de un libro en España es de 2.960 ejemplares por título. Aquí, con menos de la centésima parte de hablantes y potenciales lectores, con unos grupos mediáticos con un más bien escaso interés (ni siquiera en el del negocio) en la edición, es de 1.398 ejemplares. Y, con la enseñanza del idioma propio y su prestigio social en discusión, acomplejados y ensimismados en suma, en gallego más de la mitad de los títulos. Según Agadic, entre los que asisten más de seis veces al año al teatro, el 56% prefiere obras en gallego, y los que van menos, algo más en castellano (en 2009, el porcentaje en castellano subió considerablemente, quizá por lo del complejo).
Es que los que están subvencionados son los creadores, argumentarán los que se están pensando pasar de la chequera a la pistola. La paloma de Sargadelos con la que tradicionalmente se recompensan las conferencias en institutos queda todavía más blanca en comparación con el contexto europeo. En el Reino Unido, el Arts and Humanities Research Council (estatal) ofrece fellowships de dos o tres años a creadores, con sueldos de 2.500 a 4.000 euros. También los ofrecen desde las universidades hasta centros culturales, ayuntamientos, cárceles y aeropuertos (¿no interesaría aquí a la Cidade da Cultura tener un performer residente?). También algunas ciudades alemanas acogen escritores como Stadtschreiber, con alojamiento y sueldo. Y lo de Francia le pone los dientes largos a cualquiera que haya redactado algo más que un aviso de la comunidad de vecinos. Instituciones estatales, departamentales y locales, empresas y fundaciones ofrecen ayudas a los creadores, a los traductores, a los editores, a los libreros, a los libreros en el extranjero. Incluso hay ayudas à la vie littéraire (que no promocionan el consumo de absenta y el uso de fulares, sino las actividades de los fans de la escritura). Pero no se puede luchar contra los tópicos. Salvo que Domínguez decida ahondar en su faceta de escritor.