15 sept 2006


Huntington e a democracia exportada
(Andoliña venres 15 setembro)
O mundo non é hoxe un lugar máis tranquilo que antes do 11-S. Só en Iraq, segundo informes da ONU, morren uns cen civís cada día e eses masacres repítense noutros lugares de Oriente Próximo. En 1996 Samuel P. Huntington publicou o seu libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial: todo o mundo se puxo a falar entón de choque de culturas e poboacións e esas teorías lexitimaron dalgún xeito a ofensiva de campañas antiterroristas patrocinada por Bush (despois Huntington sacou o seu libro sobre a inmigración nos Estados Unidos e provocou outro boa lea, pero ese é outro tema).
Esa nova orde mundial anunciada na cabeceira daquel libro presentouse coa peor das caras posibles: terrorismo islámico fronte ao imperialismo norteamericano. Choque de trens tolos, habería que chamarlle. Huntington afirma agora, nunha entrevista distribuída polo The New York Times, que se confirmaron as súas teorías. Alguén moveu os peóns para que iso sucedese así, supoño. Recoñece ademais o politólogo que non se pode exportar a democracia e di que os Estados Unidos deben limitarse a apoiar os movementos democráticos doutras sociedades. Sequera niso ata podemos estar de acordo.
(Imaxe: detalle de "Venus e Cupido", de Lorenzo Lotto).
Por mi grandísima culpa, de Quim Monzó en La Vanguardia (13 set. 2006)
Un artigo excelente de Quim Monzó en La Vanguardia: eu non lle quitaría nin unha coma. Pensei que era oportuno reproducilo aquí en versión íntegra:
Benedicto XVI ha repetido estos días una consigna magnífica para culpar a los descreídos de buena parte de los actuales males del mundo. El subtítulo de la crónica de La Vanguardia,anteayer, lo explicitaba: "El Papa afirma que la ausencia de Dios en nuestra sociedad horroriza a otras religiones". Dice Ratzinger que los no cristianos no odian a Occidente porque sí, sino porque despreciamos a Dios y porque consideramos un derecho de la libertad poder burlarnos de la religión: "Las poblaciones de África y Asia admiran nuestras prestaciones técnicas y nuestra ciencia, pero al tiempo se horrorizan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre".
Por el mismo precio, yo podría decir que me horroriza la presencia de Dios en muchas sociedades. Que me horroriza todo tipo de razón que incluya la presencia de un Ser Superior e Indiscutible. Podría decir que, en cambio, veo la mar de bien que lo que mis vecinos consideran sagrado yo no lo considere en absoluto. Y que, al contrario, lo que para mí es sagrado, a ellos les importe un pimiento.
Ésa es la base de nuestra civilización, gracias a todos los que han luchado para no tener que acatar dogmas de iluminados. Pero a la Iglesia católica ya le va bien que tanta libertad de opinar mengüe un poquito. Cuando, hace ya lustros, unas autoridades islámicas dictaron una fetua contra Salman Rushdie, quedó desconcertada. Al cabo de nada empezó a sentir cierta envidia: "Ellos sí que saben (ni que sea mediante sentencias de muerte) hacer inapelables sus dictados...". Desde entonces, la envidia ha dejado paso a una admiración que a la postre se ha convertido en acicate.
Que, ahora, a todos los que no creemos en historias sagradas nos hagan culpables del odio que los fundamentalistas islámicos sienten hacia Occidente es una pirueta fantástica. ¡Por culpa nuestra - por no ir a misa cada domingo- el mundo de Mahoma nos tiene manía! La pirueta (que ahora nos carguen a nosotros el muerto, con perdón) no debería extrañarnos, viniendo de una fe que aún pregona esa exaltación de la injusticia que es el pecado original. ¿Hereda la gente las culpas - los asesinatos de sus progenitores, pongamos- y paga por ellas? El pecado original (con sus variantes, por ejemplo, el síndrome de la mujer maltratada) es un chollo para los que mandan.
Una vez instalada en el cerebro de los siervos, la idea de que somos culpables de hechos en los que no hemos participado se activa a voluntad, apelando a herencias históricas, afinidades colectivas... (Fíjense en cómo, en política, a la que los catalanes piden lo que creen suyo, finos comentaristas autóctonos los flagelan en seguida con ese max-mix de pecado original y síndrome de la mujer maltratada que los convierte en responsables de todos los garrotazos que reciben). Pues bien, según Benedicto XVI, ahora resulta que los muertos por los atentados fascistas islámicos - del 11-S al 7-J, pasando por el 11-M- nos los hemos ganado a pulso: porque algunos no creemos en un Dios Todopoderoso Creador del Cielo y de la Tierra. Lo diremos con letra de tango: "Fui culpable de que sufrieras tanto, / culpable de tu llanto, / culpable de tu amor. / Mis veinte años no sabían / lo que vale una ilusión / y, cobarde, mi paso traicionero / detrás de otro sendero / un día se alejó". Chimpún.