El Bloque: zurcir voluntades o coaligar mesnadas
Lois Blanco
La Voz de Galicia, 5/5/2009
Lois Blanco
La Voz de Galicia, 5/5/2009
Sucasas. Óleo. Paisaxe.
En una revisión de la Restauración carente de maniqueísmos, el historiador Ramón Villares (editorial Crítica) recupera dos conceptos que ganaron titulares en los periódicos de la época: zurcidor de voluntades para referirse a Cánovas, y coalición de mesnadas, en alusión al batiburrillo de ideologías que se repartían las sillas en los consejos de ministros de Sagasta. Por uno de los dos conceptos deberá decantarse el Bloque en la asamblea: sumar todas las corrientes para iniciar una transición sin personalismos o repartirse cuotas de poder entre las huestes de cada uno de los barones del nacionalismo.
Si la UPG, el beirismo, lo que queda del quintanismo sin Quintana y demás baronías periféricas prorratean el poder en la nueva ejecutiva de acuerdo con el tamaño de sus tropas, el Bloque habrá sucumbido a la tentación de mal enterrar su crisis con una coalición de mesnadas. Entonces, el recorrido de los próximos años se aventura bastante predecible: continuará la pérdida de respaldo social y de control institucional iniciadas a mediados de la presente década. Sería como intentar curarse de una neumonía por el método tradicional en los inicios de la Restauración: punciones en vena al paciente, sangría tras sangría, elección tras elección, hasta que se quede frío y sin color. Sería como recurrir a un curandero en vez de afrontar la refundación, a la postre la única salida de un Bloque que todavía no ha querido ni le ha interesado asumir que no puede volver a ser lo que fue antes de su fracasada experiencia al frente de un tercio de la Xunta de Galicia.
Fraccionado en mesnadas, ausente a medio plazo de un nuevo liderazgo con magnetismo, y en manos de la misma jerarquía que fundó el BNG hace casi treinta años y de la que lo llevó a la derrota del 1-M, los delegados del congreso no tienen muchas opciones y, en verdad, ninguna es demasiado feliz. Pero si se hace la luz o, a pesar del laicismo, si se inspiran en los evangelios (San Mateo: «Toda casa en sí dividida no subsistirá»), el nacionalismo gallego pondría el próximo fin de semana en Pontevedra un punto y final a un capítulo de su historia para iniciar otro diferente, dejando atrás los menores despojos posibles.
Primero zurcir voluntades. Segundo, definir cuál se quiere que sea la estructura de la organización. Tercero, sustituir el nativismo ideológico por la seducción del electorado. Cuarto, aplicar una renovación generacional sin paliativos. Quinto, seleccionar tres o cuatro potenciales candidatos para, una vez cruzada la transición y hechos los deberes, elegir de ese grupo un nuevo cartel electoral con opciones de ganarse no los aplausos de su bancada en el Parlamento, sino la calle en unas elecciones contra Feijoo. Ellos saben lo que tienen que hacer, pero quizá escaseen el valor y la generosidad.
En una revisión de la Restauración carente de maniqueísmos, el historiador Ramón Villares (editorial Crítica) recupera dos conceptos que ganaron titulares en los periódicos de la época: zurcidor de voluntades para referirse a Cánovas, y coalición de mesnadas, en alusión al batiburrillo de ideologías que se repartían las sillas en los consejos de ministros de Sagasta. Por uno de los dos conceptos deberá decantarse el Bloque en la asamblea: sumar todas las corrientes para iniciar una transición sin personalismos o repartirse cuotas de poder entre las huestes de cada uno de los barones del nacionalismo.
Si la UPG, el beirismo, lo que queda del quintanismo sin Quintana y demás baronías periféricas prorratean el poder en la nueva ejecutiva de acuerdo con el tamaño de sus tropas, el Bloque habrá sucumbido a la tentación de mal enterrar su crisis con una coalición de mesnadas. Entonces, el recorrido de los próximos años se aventura bastante predecible: continuará la pérdida de respaldo social y de control institucional iniciadas a mediados de la presente década. Sería como intentar curarse de una neumonía por el método tradicional en los inicios de la Restauración: punciones en vena al paciente, sangría tras sangría, elección tras elección, hasta que se quede frío y sin color. Sería como recurrir a un curandero en vez de afrontar la refundación, a la postre la única salida de un Bloque que todavía no ha querido ni le ha interesado asumir que no puede volver a ser lo que fue antes de su fracasada experiencia al frente de un tercio de la Xunta de Galicia.
Fraccionado en mesnadas, ausente a medio plazo de un nuevo liderazgo con magnetismo, y en manos de la misma jerarquía que fundó el BNG hace casi treinta años y de la que lo llevó a la derrota del 1-M, los delegados del congreso no tienen muchas opciones y, en verdad, ninguna es demasiado feliz. Pero si se hace la luz o, a pesar del laicismo, si se inspiran en los evangelios (San Mateo: «Toda casa en sí dividida no subsistirá»), el nacionalismo gallego pondría el próximo fin de semana en Pontevedra un punto y final a un capítulo de su historia para iniciar otro diferente, dejando atrás los menores despojos posibles.
Primero zurcir voluntades. Segundo, definir cuál se quiere que sea la estructura de la organización. Tercero, sustituir el nativismo ideológico por la seducción del electorado. Cuarto, aplicar una renovación generacional sin paliativos. Quinto, seleccionar tres o cuatro potenciales candidatos para, una vez cruzada la transición y hechos los deberes, elegir de ese grupo un nuevo cartel electoral con opciones de ganarse no los aplausos de su bancada en el Parlamento, sino la calle en unas elecciones contra Feijoo. Ellos saben lo que tienen que hacer, pero quizá escaseen el valor y la generosidad.