17 dic 2007

Espiritualidad (Eduardo Mendoza, hoxe en El País)
Imaxe de Paula Rego.

Basta con darse una vueltecita por el centro de cualquier ciudad en estos días para comprobar que la espiritualidad propia de las fiestas navideñas se mantiene intacta, al menos por lo que respecta al sujeto. Lo único que ha cambiado es el objeto. Me explicaré.
Después de 40 años de vagar por el desierto, el pueblo de Israel, aprovechando la ausencia de Moisés, construyó un becerro de oro y lo adoró como si fuera un dios. La Biblia reprueba esta inconstancia, pero la decisión, si se piensa, es razonable. Entre Egipto e Israel hay unos 500 kilómetros mal contados; a una media de cinco kilómetros diarios, que no es matarse, con un mapa y un poco de sentido común, los israelíes habrían llegado a la tierra prometida en poco más de tres meses. Cuando llevaban un retraso de cuatro décadas, perdieron la confianza en su guía y, sin renunciar a la fe, se buscaron un dios que les pareció más amable o, por lo menos, más asequible.
Volviendo a mi razonamiento inicial, creo que hoy pasa algo similar. Después de tantos siglos de castigos divinos y promesas incumplidas, de tanto anatema y tanta prohibición, la gente no ha renunciado a la fe, pero se ha buscado otro destinatario, al que rinde el mismo culto con la misma convicción, la misma devoción, la misma esperanza y la misma entrega. Con la misma paciencia el creyente se aglomera en los grandes almacenes o entra arrodillado en la pequeña tienda, como antes entraba en la catedral o en la ermita, dispuesto a entregar cuanto posee a cambio de mucha luminotecnia, grandes palabras y, en resumidas cuentas, bien poca cosa. ¿Falta de espiritualidad? Todo lo contrario. La misma o más, siempre que redefinamos el concepto. Porque, al fin y al cabo, entre un cura atrabiliario de hisopo y trabuco y el atento y eficaz dependiente de El Corte Inglés, ¿usted con quién se queda?

9 comentarios:

Anónimo dijo...

E que para iso as campanas da publicidade tocan chamando aos fieis para que acudamos pronto en peregrinación aos centros comerciais, templos do deus consumo. Así poderemos facer as nosas ofrendas e cumplir coas previsións de gastos para esta campaña. Pero este deus e tan xeneroso que para quen non poida aproveitar esta oportunidad tenlle gardada a felicidade das rebaixas. ¿Por que esperar por unha dubidosa felicidad eterna si a podemos ter agora mesmo e pagala logo en cómodos prazos?. Acudamos todos cantas veces sexa necesario a rezar a este deus misericordioso mentras esperamos a boa nova de que "la primavera ya ha llegado .....". Amén.

Anónimo dijo...

Centro comercial=Catedral moderna

Anónimo dijo...

As novas catedráis

Anónimo dijo...

Se lembramos o episodio de Xesús votando ós mercaderes do Templo, parece que relixión e comercio van xuntos desde fai tempo.

Anónimo dijo...

Aiquí compaxinan as dúas cousas

Manuel Ángel Candelas Colodrón dijo...

E as catedrais antigas un plató de televisión, con pantallas de plasma por todos os lados, unha presentadora con forma de monxa e un aparato para botar fume polo esceario. Apaga o candil marica chús chús.

Antonio Olives dijo...

Agora hasta se lucran da publicidade, estivo ben a portada de El Jueves de hai dúas semanas, con Benedicto XVI coa sotana coma se fose a carrocería dun F-1. Non creo que a Cristo lle bastase cun látego para votar aos comerciantes da casa do pai, por non cegar, non lle chegaría nin unha batería antiaérea

Anónimo dijo...

Nun impresionante pasaxe do Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, Alfonso de Valdés, secretario de Carlos V, entre erasmista e luterano, transcribe este diálogo sobre o Saco de Roma.

"ARCEDIANO.- Como mandareis. ¿Qué me diréis, que los templos donde suele Dios ser servido y alabado se tornasen establos de caballos? ¡Qué cosa era de ver aquella iglesia de San Pedro de la una parte y de la otra toda llena de caballos! Aun en pensarlo se me rompe el corazón.

LACTANCIO.- Por cierto que eso a ningún bueno parecerá bien; pero muchas veces vemos que la necesidad hace cosas que por la ley son prohibidas, y que en tiempo de guerra esas y otras muy peores cosas se suelen hacer, de las cuales tendrán culpa los que son causa de la guerra.

ARCEDIANO.- ¡Gentil disculpa es esa!

LACTANCIO.- ¿Por qué no? Y también, veamos: el que trae otra suciedad mayor que aquella en lugar más santo que aquel, ¿no hace mayor abominación?

ARCEDIANO.- Claro está.

LACTANCIO.- Pues decime: si vos habéis leído la Sagrada Escritura, ¿en ella no habéis hallado que Dios no mora en templos hechos por manos de hombres, y que cada hombre es templo donde mora Dios?

ARCEDIANO.- Algunas veces.

LACTANCIO.- Pues, ¿cuál será mayor maldad y abominación: hacer establo de estos templos de piedra, donde dice el Apóstol que no mora Dios, o hacerlo de nuestras ánimas, que son verdaderos templos de Dios?

ARCEDIANO.- Claro está que de las ánimas, pero eso, ¿cómo se podrá hacer?

LACTANCIO.- ¿Cómo? ¿A qué llamáis establo?

ARCEDIANO.- A un lugar donde se aposentan las bestias.

LACTANCIO.- ¿A qué llamáis bestias?

ARCEDIANO.- A los animales brutos y sin razón.

LACTANCIO.- Y a los vicios, ¿no los llamaríais brutos y sin razón?

ARCEDIANO.- Sin duda, y aun muy peores que bestias.

LACTANCIO.- ¿Luego de esa manera, mayor abominación será traer en el ánima, que es verdadero templo donde mora Dios, los pecados, que son peores que bestias, que no los caballos en una iglesia de piedra?

ARCEDIANO.- A mí así me parece.

LACTANCIO.- Pues ahí conoceréis cuán ciego teníais en Roma el entendimiento, que topando cada hora por las calles hombres que manifiestamente tenían las ánimas hechas establos de vicios, no lo teníais en nada, y porque visteis en tiempo de necesidad aposentar los caballos en la iglesia de San Pedro, paréceos que es grande abominación y rómpeseos el corazón en pensarlo, y no se os rompía cuando veíais en Roma tanta multitud de ánimas llenas de tan feos y abominables pecados, y a Dios, que las hizo y redimió, desterrado de ellas. Por cierto, gentil religión es la vuestra."

Anónimo dijo...

Acabáronse os curas. Desde que Froiz é Froiz, desde que en América inventaron o "personal coach", e desde que "El Corteinfiel" nos amosou o que é a felicidade, a igrexa católica ten pouco que rascar.

Por certo: é boa mágoa que non nos invadiran os ingleses e/ou os luteranos hai cinco séculos. Hoxe seriamos civilizados, cultos, louros, e fariamonos preguntas existenciais coma nas películas de Bergman.