5 nov 2008


Cambiará o mundo?
andoliña 5-11-08

Se as enquisas non fracasaron, Estados Unidos a estas horas é un país asolagado na vertixe do cambio e, agardo, cun presidente negro. Se o cambio se confirmou, hai que dicir que non foi doado: detrás está a excelente campaña de Obama (fronte a unha estratexia errada de McCain), a crise económica, o aborrecemento das políticas neoconservadoras de Bush, o apoio masivo dos principais xornais ó candidato demócrata, mesmo as esperanzas que ergueu a candidatura de Obama no resto do mundo, con evidente entusiasmo en Europa.
Que vai pasar agora? Cambiará de verdade o mundo? Esta pregunta é máis difícil e ninguén sabe a resposta. Carlos Reigosa comentaba noutro xornal que o brillante discurso de Barack Obama, excelente contador de historias, no fondo non concreta nin se sitúa con claridade ante case nada: "Quizais vai gañar precisamente por iso; porque cada un pode imaxinar o Obama que el queira, sen que el o desminta nunca". Xa sabemos que no mundo actual esa ambigüidade é inevitable cando un precisa arrincar votos de todas as partes. Pero Obama ten que ser consciente, en calquera caso, de que leva tras súa un inxente caudal de votos polo cambio que non pode nin debe desprezar.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

O mellor consello para evitar os posteriores desencantos que podemos levar con estas grandes palabras que usan algunhos politicos é recordar a George perec no seu libro Lo infraoedinario" "Quen nos fala, dame a impresión. é sempre o acontecemento, o insólito, o extraordinario: en portada, grandes titulares".

Gustavo Peaguda

Anónimo dijo...

Palabras para cambiar el mundo

Antoni Gutiérrez-Rubí, Publicado en Público (06.11.2008)

“Sólo tengo una palabra para vosotros: mañana”, afirmó Obama en su último mitin de campaña en Manassas (Virginia), donde desde 1964 no se había votado por un candidato demócrata. Allí más de 90.000 personas fueron a verle convencidas de la importancia que para sus vidas, en lo personal, tendría ese momento histórico. “Tras décadas de políticas rotas, ocho años de políticas fallidas, 21 meses de campaña, estamos en el momento decisivo en el que podemos llevar al país el cambio que necesita”. Así concluyó Barack Obama la campaña más larga y dura, pero a la vez la más esperada y esperanzada, que nunca se haya celebrado.

Obama ha hecho sentir a los activistas que le han dado su apoyo que no les pide -simplemente- el voto, su dinero o su tiempo voluntario para convencer a los indecisos. Obama se ofrece como un líder que nace y se crece en la comunidad: “Habéis enriquecido mi vida. Me habéis emocionado una y otra vez. Me habéis inspirado. A veces, cuando estoy deprimido, me habéis levantado. Me habéis llenado de nueva esperanza por nuestro futuro.” Él, que así les hablaba la víspera electoral, es el mismo hombre afroamericano que ayer ganó las elecciones presidenciales de 2008. Es imposible no conmoverse y no comprender el vértigo de la historia en el estómago de los que “allí estuvieron”.

Obama ha realizado una campaña especial, donde las palabras han recuperado todo su protagonismo en la vida política, de la que nunca debieron ahuyentarse. Palabras que sustentan ideas, palabras que transportan emociones, palabras que devienen en música para compartir. Y su discurso más importante y definitivo ha sido el de la noche del recuento electoral en el Grant Park de Chicago, ya como Presidente electo. Un discurso pensado, escrito y declamado para una audiencia global más que para los 100.000 simpatizantes que lo arropaban o los millones de compatriotas que le seguían por radio, televisión o Internet.

Obama quiere recuperar el liderazgo político de Estados Unidos en el mundo. Su apuesta es triple: el liderazgo del conocimiento y la tecnología para superar la obsoleta economía del petróleo; la fuerza del diálogo como matriz de unas nuevas relaciones e instituciones internacionales, consciente que el poder sin razones es insostenible; y la recuperación del orgullo del sueño y del modelo norteamericano: “Si hay alguien que haya puesto en duda la democracia de este país, hoy ha tenido respuesta”. Y añadió: “Hemos conseguido demostrar que 200 años después, el Gobierno de la gente y para la gente no ha desaparecido de la tierra, esta es vuestra victoria”.

Obama sabe que sólo podrá hacerlo sobre las bases renovadas de un orden económico y financiero internacional de nuevo cuño. Que la autoridad no es lo mismo que la jerarquía. Que la legitimidad nace de un profundo sentimiento cívico, democrático y ético. Un discurso radicalmente diferente al de Bush, en el inicio de su segundo mandato, cuando prometía proyectar el poderío “ilimitado” de su país. Obama es un nacionalista americano, de dimensión internacional. “El mensaje que hemos lanzado hoy al mundo es que no somos una serie de estados azules o rojos, de demócratas o republicanos, sino que somos los Estados Unidos de América” proclamaba Obama en su discurso global.

James Baldwin (que fue un escritor estadounidense afroamericano y activista, precursor del movimiento de derechos civiles y cuyos temas principales en su obra son el racismo y la sexualidad en los Estados Unidos de mediados del siglo XX) decía que “escribimos para cambiar el mundo. El mundo cambia en función de cómo lo ven las personas y si logramos alterar, aunque sólo sea un milímetro, la manera como miran la realidad, entonces podemos cambiarlo.” Obama lo va a intentar. Siente una fuerza interior, de connotaciones religiosas y de profundas convicciones humanistas que le sustenta, y tiene, además, una buena estrella. Barack es una palabra de origen semita que en hebreo significa bendecido y baracka significa en árabe don divino y, por extensión, suerte.

Obama escribe bien (lo hemos comprobado en sus dos libros autobiográficos y en las notas de sus discursos) pero interpreta todavía mejor. Su capacidad de persuasión oratoria radica en un excelente control del ritmo y de la entonación. Una cadencia sonora que, con transfondo musical, acompaña una cuidada y seductora selección de palabras clave: esperanza, cambio, mañana, podemos. Palabras que movilizan como un himno y que articulan un sentimiento cívico de fuerte capacidad política y electoral.

El final de su discurso de ayer es casi litúrgico. Como en los salmos biblícos, y en las cerimonias religiosas, su “Yes, we can” se transformó en respuesta coral, creciente y entusiasta por parte de sus fieles. Una comunión absoluta de confianza en su líder. Muchas personas que han asisitido a sus mítines y reuniones no dudan en afirmar que esa experiencia ha sido la más impactante que han vivido desde el punto de vista emocional. No exageran cuando lloran, cuando se emocionan, cuando se abrazan o cuando levantan sus brazos y su mirada en busca del contacto con el nuevo político de la esperanza. Están convencidas que la política democrática y la unidad nacional pueden revertir el curso de su historias personales predestinadas a futuros inciertos.

Lo consiga o no, Obama ha entrado en la Historia por la puerta reservada a muy pocas personas. Va a necesitar mucha baracka y mucho acierto para hacer frente a los retos del planeta. Dice que quiere cambiar el mundo. Demasiada ambición para un hombre solo, aunque sea el Presidente del país más poderoso. Pero Obama ha conseguido algo fundamental: que todos nos sintamos un poco obamas, reverdeciendo la esperanza en tiempos de zozobra.

PD: También ganó en Manassas, 44 años después.

Anónimo dijo...

Berlusconada: Obama, "giovane, bello e abbronzato". Claro que non é peor ca do seu colega de partido que dixo que Osama Bin Laden estará contento.

Ana Bande dijo...

mimá que cutres semellan estes días berlusconis, zapateiros e non digamos xa raxois...en fin, os usa son impredicibles, máxicos, séntese respirar a ese país que non deixa de escribir e mudar o guión, que a película remate ben.

Anónimo dijo...

Enlazo:premer.

Anónimo dijo...

Grazas polo enlace, Dacoba.

Anónimo dijo...

Ese tipo de suposta desmitificación só pode ser atendida fóra dos EE.UU. Eses matices raciais non son pertinentes nos EE.UU. Obama é un home negro a todos os efectos e así foi entendido polos afroamericanos. Facer agora sutilezas sobre se é ou non descendente de escravos paréceme completamente fóra de lugar. E non quero pensar o que dirían nos USA sobre o particular.

Manuel Ángel Candelas Colodrón dijo...

Lourenzo Fernández Prieto, LVG, san Martiño de Tours de 2008
Un nacionalismo mestizo, actual e propio destes tempos de globalización, mobilidade internacional e superación de fronteiras, pero nacionalismo ao fin e ao cabo. Pode que nos confunda, porque o de Obama é o nacionalismo estadounidense, sinxelo e de poucas pero poderosas iconas. Mais é tamén o do imperio e, como tal marcará, ao mundo e será exportado. Nestes días danse moitas interpretacións do fenómeno Obama. Hainas desenfocadas, pretenciosas, a maioría ben intencionadas e tamén, para distinguirse, abundan as descridas. Teño a ben aportar máis de unha.

Barack Obama apela á nación e á súa unidade e sitúa como centro do seu discurso a necesidade da nación de superar as fracturas provocadas pola administración Bush por causa da guerra imperial, os erros económicos, o sectarismo relixioso, o elitismo social e o favoritismo cara a privilexiados e amigos. O optimismo do seu discurso é mesmo unha forma de corporeizar esa idea nacional de que Estados Unidos é o país no que todo é posíbel. Foi capaz mesmo de converter a cor e as diferenzas raciais nun elemento de unidade, non de división senón de diferenza, de unidade na diversidade, unha característica que os define como sociedade e os singulariza como nación. Bandeiras, himno e outras poucas iconas apoiaron este discurso nacionalista.

Como nación tamén son un imperio, de aí a outra parte do seu discurso a prol de recuperar o liderado mundial e o Destino manifesto que se deseñou no século XIX para a nación que quería ser imperio, primeiro de costa a costa, despois en toda América (o patio traseiro) e dende o século XX no mundo. Os Estados Unidos son tan complexos historicamente como diversos internamente. A súa vocación imperial combinouse segundo as épocas coa vontade de introspección: entre 1919 e 1941, por exemplo. O seu imperialismo baseouse na defensa dos seus intereses materiais alí onde chegaban: fixéronse cada vez máis amplos e nesta onda de mundialización dos últimos vinte anos acadaron a súa máxima expresión.

Pero non sempre exportaron exércitos imperiais, tamén lideraron achegas a Europa e ao mundo que evidencian a compoñente democrática do seu nacionalismo. Xa o albiscara Tocqueville cando escribiu A democracia en América. Foi despois da Primeira Guerra Mundial cando o presidente Wilson estendeu a doutrina anticolonial da autodeterminación na Europa das nacións que rachaban cos imperios derrotados; foi con Roosevelt, despois de liberar a Europa do fascismo na Segunda, cando se impulsaron as Nacións Unidas. Con Kennedy exportaron a doutrina dos dereitos civís...

Esa será a onda de Barack Obama, ese nacionalista ianqui. Estamos afeitos no Estado español e na Europa a identificar nacionalismo cunha torpe versión dalgúns males contemporáneos dende un cosmopolitismo trasnoitado que non acredita nas nacións sen Estado, senón nos vellos imperios europeos. Agora, con Obama, triunfará un nacionalismo cívico que falará máis de liberdade e dereitos, que ten na democracia o seu alicerce, que procede do We the people, ao cabo dunha colonia que se fai República para liberarse da metrópole. Preparémonos para un novo nacionalismo no mundo e saibamos identificalo.

Manuel Ángel Candelas Colodrón dijo...

"Cosmopolitismo trasnoitado": onde lin esto antes?

Manuel Ángel Candelas Colodrón dijo...

Moi interesante artigo sobre as relacións entre gobernante e intelectualidade.

Obama and the War on Brains

By NICHOLAS D. KRISTOF
Published: November 9, 2008
Barack Obama’s election is a milestone in more than his pigmentation. The second most remarkable thing about his election is that American voters have just picked a president who is an open, out-of-the-closet, practicing intellectual.
Maybe, just maybe, the result will be a step away from the anti-intellectualism that has long been a strain in American life. Smart and educated leadership is no panacea, but we’ve seen recently that the converse — a White House that scorns expertise and shrugs at nuance — doesn’t get very far either.

We can’t solve our educational challenges when, according to polls, Americans are approximately as likely to believe in flying saucers as in evolution, and when one-fifth of Americans believe that the sun orbits the Earth.

Almost half of young Americans said in a 2006 poll that it was not necessary to know the locations of countries where important news was made. That must be a relief to Sarah Palin, who, according to Fox News, didn’t realize that Africa was a continent rather than a country.

Perhaps John Kennedy was the last president who was unapologetic about his intellect and about luring the best minds to his cabinet. More recently, we’ve had some smart and well-educated presidents who scrambled to hide it. Richard Nixon was a self-loathing intellectual, and Bill Clinton camouflaged a fulgent brain behind folksy Arkansas aphorisms about hogs.

As for President Bush, he adopted anti-intellectualism as administration policy, repeatedly rejecting expertise (from Middle East experts, climate scientists and reproductive health specialists). Mr. Bush is smart in the sense of remembering facts and faces, yet I can’t think of anybody I’ve ever interviewed who appeared so uninterested in ideas.

At least since Adlai Stevenson’s campaigns for the presidency in the 1950s, it’s been a disadvantage in American politics to seem too learned. Thoughtfulness is portrayed as wimpishness, and careful deliberation is for sissies. The social critic William Burroughs once bluntly declared that “intellectuals are deviants in the U.S.”

(It doesn’t help that intellectuals are often as full of themselves as of ideas. After one of Stevenson’s high-brow speeches, an admirer yelled out something like, You’ll have the vote of every thinking American! Stevenson is said to have shouted back: That’s not enough. I need a majority!)

Yet times may be changing. How else do we explain the election in 2008 of an Ivy League-educated law professor who has favorite philosophers and poets?

Granted, Mr. Obama may have been protected from accusations of excessive intelligence by his race. That distracted everyone, and as a black man he didn’t fit the stereotype of a pointy-head ivory tower elitist. But it may also be that President Bush has discredited superficiality.

An intellectual is a person interested in ideas and comfortable with complexity. Intellectuals read the classics, even when no one is looking, because they appreciate the lessons of Sophocles and Shakespeare that the world abounds in uncertainties and contradictions, and — President Bush, lend me your ears — that leaders self-destruct when they become too rigid and too intoxicated with the fumes of moral clarity.

(Intellectuals are for real. In contrast, a pedant is a supercilious show-off who drops references to Sophocles and masks his shallowness by using words like “fulgent” and “supercilious.”)

Mr. Obama, unlike most politicians near a microphone, exults in complexity. He doesn’t condescend or oversimplify nearly as much as politicians often do, and he speaks in paragraphs rather than sound bites. Global Language Monitor, which follows linguistic issues, reports that in the final debate, Mr. Obama spoke at a ninth-grade reading level, while John McCain spoke at a seventh-grade level.

As Mr. Obama prepares to take office, I wish I could say that smart people have a great record in power. They don’t. Just think of Emperor Nero, who was one of the most intellectual of ancient rulers — and who also killed his brother, his mother and his pregnant wife; then castrated and married a slave boy who resembled his wife; probably set fire to Rome; and turned Christians into human torches to light his gardens.

James Garfield could simultaneously write Greek with one hand and Latin with the other, Thomas Jefferson was a dazzling scholar and inventor, and John Adams typically carried a book of poetry. Yet all were outclassed by George Washington, who was among the least intellectual of our early presidents.

Yet as Mr. Obama goes to Washington, I’m hopeful that his fertile mind will set a new tone for our country. Maybe someday soon our leaders no longer will have to shuffle in shame when they’re caught with brains in their heads.

Anónimo dijo...

O contexto político-económico propiciou a vitoria de Obama. Mais a súa actuación política é unha incógnita. A min recórdame ao Zapatero da primeira lexislatura, aquel político que lle dicía a todos o que querían escoitar. Tempo ao tempo.

Anónimo dijo...

It is a pity, that now I can not express - I hurry up on job. I will be released - I will necessarily express the opinion.